¿Legal o ilegal?
- cgartadvisory
- 9 may 2013
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 22 jun 2022
¿Legal o ilegal? Esa es la cuestión. Legal o ilegal, ¿acaso diferencia entre lo justo e injusto? Y lo justo o lo injusto, ¿separa lo moral y éticamente correcto de lo incorrecto? Y, sobre todo, ¿estamos capacitados para hacer estas distinciones en el panorama actual? El mundo en el que vivimos, los límites alcanzados en lo moral y ético están cuestionando los valores inercialmente establecidos a todos los niveles por un sistema, ya sea político, económico o social. La clara percepción entre blanco o negro, legal o ilegal, justo o injusto, capitalista o comunista, que venía fraguándose, quizás desde la Segunda Guerra Mundial, ha ido desapareciendo según afloraba la desigualdad fruto de un establishment incuestionado y vanagloriado por la mayoría hasta hace muy poco. La gran urbe, la metrópolis, invento de la Revolución Industrial y cuya expansión ha sido exponencial desde su creación, ha sido el caldo de cultivo de los grandes movimientos artísticos de los últimos 150 años, ya fuese en París, Nueva York o Londres, teniendo en los impresionistas a los precursores de un arte puramente urbano con su filosofía de pintar en plein air. En ellas se han dado crisis y problemáticas identitarias que han sido respondidas mediante esos grandes médiums llamados artistas, que lograron descodificar lo complejo en lo sencillo y, por ende, en lo universal. El actual clima en la urbe parece no haber cambiando mucho si uno se fija en los conceptos revolucionarios que nos afectan, como la desigualdad social, la creciente evolución tecnológica y la sed de cambio. Hay un proverbio chino utilizado en forma de maldición al prójimo que dice: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. No hay mejor resumen de la situación actual. Sin duda, actualmente todo es rabiosamente interesante, pero, por el camino del presente, lo interesante se cobra muchas víctimas colaterales que quedan a su merced por las calles de nuestras urbes. “¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será llamado justicia y la justicia del pueblo, barbarie o rebelión?” Se preguntaba Maximilien Robespierre, como muchos lo hacen en estos momentos.
Sin embargo, aquellos artistas que mejor pueden representar esta gran grave crisis moral y mundial no son los artistas de corte y Factory, sino otros ubicados en los centros neurálgicos urbanos, en la calle, a la sombra de los flashes. Puestos a buscar un arte en el que reflejar la universalidad de los sentimientos humanos, epicentro de las obras maestras artísticas, busquemos sin rubor a los artistas que mejor pueden reflejar la hiperrealidad social, que no son otros que los pintores callejeros. Éstos son capaces de dar voz y, de alguna forma, voto, al espectador, al público de masas, que en su camino callejero percibe que alguien sí le escucha y le representa; como aquellos héroes anónimos de la Primavera Árabe, que en la oscuridad del toque de queda salían a las urbes bajo riesgo de muerte para inundar de mensajes subversivos y esperanzadores a sus compatriotas.
Entre lo legal e ilegal hay una amplia gama de grises, de sombras, que metafóricamente son trasladables al hábitat natural del arte urbano, donde se pinta bajo sombras las sombras de nuestra sociedad. Si de por sí la cromática grisácea es rica en variedad y sutileza, además, hoy en día, el arte urbano cuenta con un factor sorpresa que puede hacer del mismo un cóctel divertidamente explosivo y ambiguo: el mundo del arte. Orson Wells no pudo haberlo definido mejor en su película Fake que narra la naturaleza, un tanto hipócrita, del art system, cuyas fallas vienen por la combinación de dinero, egoísmo, perversión y de un glamour intelectual comme il faut vacío. Semejante combinación, entre arte urbano y mercado del arte, es para mezclarla, no agitarla, simplemente porque el agua con el aceite no se mezclan. No obstante, existen genios que pueden llegar a jugar con el sistema a su antojo en la ambivalencia sin corromper su espíritu creativo; de ahí que esos genios sean admirados como héroes por los ciudadanos, desde el anonimato de la calle hasta el estrellato en el museo. ¿Sería un problema de fondo para estos héroes de barrio acabar mercantilizando sus obras en galerías y casas de subastas? No, sería una etapa más derivada del éxito social, que, además, deberían aprovechar para crear obras aún más ácidas y subversivas que jueguen donde más escuece: en la privacidad y opacidad del mundo más pudiente al que critican. Asimismo, la esencia del arte es la universalidad, por lo tanto la lógica dicta que la consecuencia inmediata del reconocimiento del público es que el artista obtenga éxito, fama, notoriedad y dinero. Si dichas secuelas molestan a la tribu grafitera es su problema, no el del artista ni el de su obra.

Sin título (Madrid, 2004) de Suso33